Aporofobia y cajetillismo
Por Baltasar Aguilar Fleitas
Que muchos hombres y muchas mujeres de condición social y económica alta rechazan en mayor o menor grado a los pobres, es cosa bien sabida y no es de ahora. La filósofa española Adela Cortina llama a esa reacción aporofobia, fobia al pobre, a la pobreza. Más allá de los nombres que reciba es una actitud clasista y abominable, que tiene una larga data, quizás haya sido así siempre.
Que hay hombres y mujeres de la ciudad que conocen poco del campo y tienen un enmascarado o indisimulado desprecio hacia los hombres y mujeres de la tierra, más aún si son pobres, también es un hecho conocido. En nuestro medio se les oye hablar del “canario”, “la canaria”, los “pata rajada”, los “pajueranos” para referirse a las personas de este sector social…a esta también abominable actitud, no necesariamente clasista, he dado en llamar cajetillismo, una conducta de cajetillas. El cajetilla, en lenguaje coloquial despectivo es alguien presumido y de comportamiento arrogante por gozar de una posición social acomodada o vestir con elegancia (aunque no siempre los cajetillas gozan de esa condición desahogada, a menudo son así de puro tontos y ordinarios no más).
Todo esto viene a cuento porque el pintor que presento esta semana es el francés Jean-François Millet (1814-1875). Mañana, 4 de octubre será aniversario de su nacimiento. Fue uno de los pintores predilectos de Van Gogh y otros artistas. Millet era hijo de una humilde familia campesina. Dedicó su vida a pintar los rudos trabajos, los sacrificios, sufrimientos y costumbres de la gente pobre del campo.
La obra que elegimos de Millet entre las muchas que hizo es Las espigadoras. Este cuadro fue presentado por el autor en el Salón de París de 1857 donde cosechó toda clase de críticas y manifestaciones de repudio y asco. ¿Quiénes se sintieron tan afectados? Los que expresaron tal aversión fueron la burguesía y los cajetillas de París que consideraban poco artístico, culto y delicado pintar a estas pobres mujeres mal vestidas y posiblemente sucias y olorosas recogiendo las sobras de los ricos hacendados dueños de los trigales. ¿Qué manera de hacer arte era esa, pintar sudor y trabajo en lugar de una perfumada escena de salón? ¿Qué necesidad había de dirigir la mirada hacia esos campesinos que casi no habían estado presentes en el culto y refinado arte pictórico? Por supuesto, fue acusado de socialista.
Millet es concreto en lo que pinta: estamos al final de una jornada de trabajo, de tardecita, bajo los últimos rayos de Sol. Una luz dorada, muy apreciada por Millet, baña la escena. La sombra de la noche se les acerca. El trigo cortado para el patrón luce ordenado en prolijas parvas. Llegada esa hora se les permitía a las mujeres pobres entrar al predio a recoger las espigas de trigo que quedaban en el campo luego de la cosecha.
Las espigadoras de Jean-François Millet es un óleo de 83.5 cm x 110 cm que está en el Museo d’Orsay, París, Francia. Pese al rechazo que sufrió por parte de la clase alta y cajetillas de París, el autor nunca se planteó en sus obras hablar del campesinado en términos políticos. Su finalidad fue simplemente transmitir la dignidad de esas personas y el sacrificio que conlleva el trabajo de campo.
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