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El arte destapa y enseña

Por Baltasar Aguilar Fleitas

El domingo pasado fue el día del niño en Uruguay. Y dicen que el que corre es el mes del niño.


Las pantallas de televisión se llenaron de ofertas comerciales, y los informativos se acercaron a los pequeños a los se les vio entretenidos con sus juguetes, y, sobre todo, gozando de la atención y compañía que se les presta en ese día especial.


Todo lo que se ve invisibiliza otra parte de la realidad: no se ven frecuentemente incursiones por los barrios donde viven los niños más pobres, salvo ante hechos delictivos. Sí es seguro que por esos lugares olvidados se verán próximamente a dirigentes políticos que les obsequiarán una selfie y promesas de acabar con la pobreza infantil. Los mismos que han tardado seis años en aprobar un proyecto referido a la infancia. Esos mismos dirigentes políticos, asesorados por prestigiosos tecnócratas discutirán cuántos puntos porcentuales aumentó o disminuyó la pobreza infantil durante sus respectivas gestiones. Pero nadie podrá demostrar haber terminado con ella en un país pequeño. Y de relatos vivenciales de la pobreza infantil ni hablemos: se difunden solo cifras porque estamos en el mundo donde lo que no se mide no existe. Si no hay números parece que lo que se dice y escribe carece de seriedad. Números sin conceptos que van y vienen y son motivo de fuertes altercados. La pobreza infantil también entró en la dictadura de lo cuantitativo.


Esta introducción local, uruguaya, que parece impertinente viene muy a cuento porque vamos a hablar de Murillo.


Bartolomé Esteban Murillo fue un pintor español (1617-1682), contemporáneo de Velázquez y sevillano como él. Fue el pintor más exitoso del siglo de oro en España: podía vivir de su arte sin recurrir a favores ni del clero ni de la nobleza y se dio el lujo de rechazar el ofrecimiento de incorporarse a la corte, cosa que no pudo hacer Velázquez.


Sus obras mayoritariamente se refieren a temas religiosos pero también incursionó en la pintura de género. La pintura de género es la que pone el foco en representar a personas en escenas cotidianas, en la calle o en el ámbito privado. Murillo se destacó por mostrar sensibilidad social, y este no es el único cuadro con ese enfoque.


Aquí vemos a un niño huérfano en harapos sacándose piojos en una construcción derruida. Está iluminado sobre un fondo oscuro, como si se tratara de una escena teatral, estilo Caravaggio.


En el primer plano a la izquierda encontramos un jarrón y un cesto con frutas por lo que cabe pensar que el chiquilín es un repartidor que le dedica un tiempo a matar los piojos que tiene en el cuerpo y la ropa. También se ven cáscaras de gambas o camarones. Obsérvese con qué dedicación Murillo pinta los pies descalzos y sucios del muchacho.

Esta obra es una representación de la pobreza del siglo XVII en España. También Velázquez le prestó atención a esa Sevilla pobre. (1,2)


Los cuadros de Murillo con mendigos son frecuentes. Se le conoce como el cronista de la España de su época. Este es el cuadro más conocido de ese tipo. Tal vez Murillo tenía claro lo que dice el director de cine Wim Wenders “La tarea del artista es hacer visible lo invisible. Esto es cierto en la literatura, tanto como en el cine". Y en el arte en general. El arte muestra, des-tapa, le saca la tapa a lo que no queremos ver.


En este cuadro hay un mensaje. Es un texto, no tiene palabras ni números ni tablas ni gráficos, pero, como toda imagen, es un texto. Nos dice algo profundo y doloroso, que llega a nosotros con dramática actualidad…

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1- Velázquez. Vieja friendo huevos

2- Velázquez. El aguador de Sevilla.

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Joven mendigo (o niño expulgándose )

Bartolomé Esteban Murillo

1645-1650

Óleo sobre lienzo

100 x 134 cm

Museo del Louvre, París, Francia

Publicada: 20/08/2024

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